Nadie te va a querer mejor que tú mismo. Mírate al espejo, disfruta de cada una de las pecas que salpican tu cara. Grítale a esos ojos cristalinos que no se vuelvan a inundar y ruega a esos labios agrietados que no vuelvan a suplicar balas con nombre. 
Florece alegría en cada rincón de tu alma y eres perpetua primavera. 
Insistes en consumir cada segundo que marca tu inseparable reloj de muñeca, en devorar atardeceres perdido en las calles de esta vieja ciudad. Muestras con cada paso firme que eres dueño de tu destino, y que nadie se atreva a decirte que no puedes hacer algo, que terminas lanzándote al precipicio de cabeza para que mastique bien su punzante palabrería.
Eres una corriente de energía continua, un incesante baile a la luz de la luna.

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